Por Juan Ramos
Vivir a destiempo es seguramente la mejor telenovela de TV Azteca en bastante tiempo pero tiene un gran problema. Comencemos por lo positivo antes de entrar al trapo. La telenovela tiene un elenco bastante bueno que si bien está encabezado por estrellas que se dieron a conocer en Televisa, Edith González y Humberto Zurita, ya son de la casa desde hace rato (Zurita intermitentemente desde los años 90 del siglo pasado y González en exclusiva desde 2011). ¡También está muy bien realizada, dirigida,… y producida! ¿Dónde falla? En el libreto.
No quería escribir esta columna porque admiro profundamente a Eric Vonn (Cielo rojo, Pecados ajenos) como autor de telenovelas. He disfrutado de sus historias como el que más. No he podido sino involucrarme en ellas. Emocionarme. Llorar y reír (a veces al mismo tiempo). Con Vivir a destiempo también… pero menos. Más que otra cosa, y muy a mi pesar, esta novela me produce hastío.
Vonn, que hasta donde yo sé escribe solo, es un maestro ideando diálogos. También lo es ideando personajes que deberían ser odiosos pero acaban enamorando al público. Si usted busca eso, en Vivir a destiempo lo encontrará con creces. Pero, ¿dónde queda la dramaturgia?
En Vivir a destiempo no pasa casi nada. Y cuando pasa algo, más que mostrárnoslo, se detienen en que los personajes se lo cuenten los unos a los otros. Es decir, es como aquellas novelas venezolanas o argentinas de antaño donde los personajes tenían conversaciones larguísimas donde se contaban de todo. ¿Dónde quedó la acción? Esto no es radionovela, señores.
Por muy bien que lo haga el elenco (y la mayoría lo hace requetebien), es muy aburrido ver capítulos enteros que son, prácticamente, una sucesión de escenas donde dos personajes (a veces tres) conversan. Además, siempre en los mismos escenarios. Que si en el dormitorio a la hora de acostarse, que si en el gym, que si en el parque, que si en la lonchería, que si en la oficina…
¿Hasta cuándo vamos a ver a Rogelio y a Paula discutir? ¿O a Patricio y Cristina quitar las almohadas mientras airean sus frustraciones sexuales? ¿Cuántas veces tenemos que ver a Rogelio y a Sonia c*giendo en la oficina? ¿Por qué nos muestran a los personajes más jovenes constantemente haciendo ejercicio? ¿Cuántas veces más tendremos que soportar las citas “románticas” entre doña Carolina y don Félix?
¡Ay no! Demasiado repetitivo y poco estimulante para el espectador. Lo que salva a la novela es que los diálogos sí están buenos (aunque a veces nos dé la sensación de que vayan en círculo). Pero tiene que haber una historia que se desarrolle a un ritmo más dinámico para que el público, al menos, no se quede dormido.
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