Por Juan Ramos
Ha comenzado la etapa culminante de Pasión prohibida de una forma que, al menos yo, no me esperaba. Antes de hablar de ello, una advertencia: si usted todavía no se ha puesto al día con la telenovela de Telemundo, será mejor que no siga leyendo esta columna, no sea que lo que le voy a contar le estropee la experiencia de ver esta telenovela tan maravillosa.
Hecha la advertencia, prosigamos. En las últimas semanas, por fin, “Bianca” y “Bruno” dieron rienda suelta a la pasión y por fin tuvieron relaciones sexuales. Algo que, obviamente, tendría consecuencias graves. “Bianca” sigue casada con “Ariel”, el tío de “Bruno”, quien todavía ni sospecha la relación que hay entre ellos. Lo único que ha notado el maduro empresario es que su esposa ya no quiere hacer el amor con él. La frialdad de “Bianca” sólo comienza después de su encuentro con “Bruno”. Ella a quien ama es a su “sobrino” y ya no soporta que su marido la toque.
“Ariel”, ese hombre bonachón que creíamos prácticamente perfecto, se convierte en un monstruo. Una noche se emborracha y viola a su esposa. Algo horrible e injustificable pero que, desde el punto de vista dramatúrgico, es un acierto. Pasión prohibida no es una telenovela de personajes maniqueos (buenos y malos).
No, en Pasión prohibida los personajes tienen matices y personalidades complejas. No podemos estar completamente a favor del amor entre “Bruno” y “Bianca”, pero tampoco en contra. Y, ¿”Ariel”? Hasta ahora lo veíamos como el esposo ideal y padre amantísimo, pero el telespectador no puede estar al lado de un violador. ¿O sí?