Por Juan Ramos
Las historias de venganza a lo Conde de Montecristo siempre han ocupado un lugar preferente en las telenovelas. Así, sin pensarlo mucho, me vienen a la mente varios títulos de telenovelas que siguen el esquema del héroe/heroína que, después de ser vilipendiado en el pasado, regresa, muchas veces bajo una nueva identidad, y siempre con lecciones bien aprendidas, para vengarse de aquellos que tanto mal le hicieran. Títulos como La Dueña (la telenovela venezolana que no tiene nada que ver con la mexicana del mismo nombre), La Dama de Rosa, Montecristo (en todas sus versiones), Anita ¡No te Rajes! (de la misma autora que La Patrona, Valentina Párraga), Marimar, La reina del Sur,… Faltarían decenas de títulos de muchos países y de todas las épocas.
Viendo La Patrona estos días me pregunto porque este tipo de historia es tan recurrente. Me figuro que es por dos razones principalmente: es una historia con gran potencial melodramático fácil de encajar en una telenovela con principio, mitad y fin bien delineados y, en segundo lugar, porque en un mundo tan injusto, es muy grato ver, aunque sea en una telenovela, como el bien triunfa sobre el mal.
El ejemplo más reciente anterior a La Patrona ha sido Avenida Brasil, una telenovela que le dio nueva relevancia a este tipo de historias y que muchos consideran una de las mejores producciones brasileñas de todos los tiempos. Avenida Brasil, a pesar de su aparente modernidad, era una historia muy clásica, prácticamente un cuento de hadas con madrastra mala incluida.
La Patrona no tiene pretensiones de innovar (ni siquiera de parecerlo); es una telenovela muy “a la Televisa”, aunque sea de Telemundo. Es decir, cuenta una historia simple y un tanto anacrónica e ilógica donde se explota al máximo el potencial melodramático de cada situación. Claro que La Patrona es mucho más que eso y hay muchas razonas por las que uno podría disfrutarla pero, seguramente, la trama de la venganza sea el mayor gancho para el público.